solo un tema por semana,
y con que le guste al diyei alcanza

miércoles, 24 de junio de 2015

[129] Un jardín de madreselvas



“El gigante de ojos azules”, letra de Nazim Hikmet, por Dina Rot (1973)






Hoy, como penúltima entrega de la serie “Sobrenaturales”, presento “El gigante de ojos azules”, canción de Dina Rot sobre un texto del poeta turco Nazim Hikmet.

Nazim, gran poeta turco, fue amigo de Juan Gelman y de Roque Dalton, y por su militancia comunista y por el compromiso social de sus palabras, pasó muchos años de su vida preso. Al igual que otros grandes poetas: la poesía es un crimen terrible, para los poderosos del mundo. Murió en el exilio, en Moscú y como ciudadano polaco, a comienzos de la década del sesenta.

Dina Rot es una gran cantautora argentina. Es la madre de la actriz Cecilia Roth. Dina musicalizó, a lo largo de su carrera, poemas de grandes de la poesía como Gelman, Vallejo, Lorca, Neruda, etc. Ella y Paco Ibáñez (a quien presenté en el posteo sobre “La mala reputación” de Brassens) son a mi gusto quienes más y mejor musicalizaron poemas en castellano. La canción elegida hoy forma parte del disco “Yo canto a los poetas”, de 1973. Esta canción la suele cantar Juan Carlos Baglietto, así que muchos piensan que la compuso él; pero no.


El tema de hoy presenta, como un breve cuento de hadas y con una onda de canción infantil, una historia de amor frustrado: un gigante que se enamora de una mujer pequeñita. Lo que frustra el amor no es, sin embargo, la diferencia de altura física, sino una incompatibilidad de objetivos: él la quiere a ella, y ella quiere una casita con jardín. Y no cualquier jardín: un jardín de madreselvas, es decir, de flores delicadas, exóticas, silvestres y gráciles.


Y ese jardín de madreselvas es a la vez el estribillo de la canción y el eje de la historia. Hay dos amores en pugna: el amor “elevado” del gigante por ella, y el amor “bajo” de la mujer pequeña por el ansiado jardín.

En el poema de Hikmet hay una estrofa extra, que quizá Dina sacó en la canción para no extenderla demasiado. En esa estrofa, el gigante intenta construir la casita con jardín (al menos, se lo plantea como posibilidad), pero no le sale ni a palos:

El gigante amaba en gigante.
Su mano, a grandes obras hecha,
mal podía construir los muros
ni usar el timbre de la puerta
de una casita con jardín,
un jardín de madreselvas.

Uno imagina los dedos de pionono del gigante intentando construir las paredes de la pequeña casita, intentando levantar las persianas o cuidando las delicadas madreselvas, y es evidente que sus esfuerzos están destinados al fracaso: resulta gracioso imaginar la torpeza del gigante ante las delicadezas de la construcción en miniatura.

En la tercera estrofa (la segunda de la canción), ella se cansa de esperar al gigante, que no termina nunca con la casa ni, menos que menos, con el jardín. Y en la cuarta estrofa, “con gracia muy voltereta” (me encanta ese verso) ella deja al gigante y se consigue un enano rico que tiene éxito en aquello en que falló aquel.

La última estrofa presenta la conclusión desengañada del gigante, quien comprende que un amor tan grande como el suyo no cabría jamás en una casita tan pequeña, y se queda más o menos como la zorra que no alcanza las uvas y dice “Igual, están verdes”.



El gigante de ojos azules

Un gigante de ojos azules
amaba a una mujer pequeña
cuyo sueño era una casita
pequeña, como para ella,
que tuviera al frente un jardín:
un jardín de madreselvas.

El gigante de ojos azules
amaba a esa mujer pequeña
que muy pronto ya se ha cansado
de tan desmesurada empresa
que no terminaba en jardín,
en jardínde madreselvas.

Adiós ojos azules, dijo,
y con gracia muy voltereta
del brazo de un enano rico
entró en la casita pequeña
que en el frente tenía un jardín,
un jardín de madreselvas.

El gigante comprende ahora
que amores de tanta grandeza
no caben, siquiera muertos,
en esas casas de muñecas
que en el frente tienen jardín,
un jardín de madreselvas.

La música es muy bella, como lo es la voz de Dina: una gran, dulce voz. Por si no pudieran ingresar al link, va la versión de Baglietto:


Es obvio que el poeta defiende la posición del gigante. Sus ojos son azules como el cielo tan cercano a ellos. Está a un nivel muy superior al de la mujer, que es presentada en forma bastante negativa, pues su pequeñez física es correlato de una pequeñez de miras y de objetivos: ella quiere cosas materiales, seguridad y tranquilidad, mientras él abarca grandiosas obras, objetivos y sentimientos trascendentes. Ella está dispuesta a cambiar al gigante por un enano adinerado (“¿qué tendrá el petiso?...” suena de música de fondo), con tal de cumplir sus pequeños (pero difíciles) objetivos.

Ella es una “cazafortunas interesada”, como diría Ceelo Green. Así la presenta la canción, pareciera.

Y sin embargo, yo al menos, no puedo evitar considerarla la heroína de la canción. Ella quiere el jardín: ese es su amor. Lo quiere tanto tanto, y finalmente lo consigue. Y no lo quiere porque eso implique tener dinero o poder, sino simplemente para poder contemplar la belleza temblorosa y frágil de las madreselvas reunidas. Tal vez el amor a un jardín no sea algo grandioso ni trascendente, pero uno puede perfectamente identificarse con ese gran amor pequeño a la belleza de unas flores.

El amor del gigante, en cambio, queda en la nada: es puro aire. Al final de cuentas, no es claro ni siquiera que sea realmente amor, en tanto lo abandona a mitad de camino, renunciando a él en el momento en que implica poner manos a la obra para construir una simple casita. Siempre me parece un pavote bárbaro, el gigante de ojos azules, cada vez que escucho la canción, y siempre me gusta imaginar a la pequeña mujer feliz en su jardín, tomando mate (o té, si prefieren) al atardecer, rodeada por el aroma de las flores silvestres.

Es la eterna lucha entre la metáfora y la metonimia, entre el aquí y el más allá, entre el ser y el estar, entre idea y materia. A mi modo de ver, estar es más que ser; y por eso, para mí, la pequeña jardinera es la preferida de esta canción, aunque quien aparezca en el título sea el gigante soñador. El amor no necesita ser gigantesco para ser real. Por el contrario, sabemos que el amor se alimenta de pequeñas cosas, gestos, momentos y sensaciones que arden como hojitas secas en una salamandra.

Esto me recuerda a una de mis canciones favoritas de las del tío Joan, la “Canción del amor pequeño”. Iba a aparecer en una serie dedicada a pequeñeces, pero ya veo que la temporada me está quedando chica y no va a entrar, así que aquí les presento ese tema, como bonustrack, y como argumento a favor del valor de lo pequeño. La canción es en catalán y está en el espectacular disco que lanzó Serrat en 1980, Tal com raja; allí se aclara que ese amor que él tiene, y que le rebalsa por las costuras, no es trágico ni mágico ni eterno, pero sí jugoso, inquieto y vivo en su pequeñez presente.



Cançó de l´amor petit

Jo tinc un amor petit
i llaminer
com un infant.

Un amor escadusser
que mossegal'esquer
i no s'empassal'ham.

Jo tinc un amor rumbós,
vermell i sucós
com una magrana.

Jo tinc un amor amic
que mata de gust
i que es mor de ganes.

Ni cec, ni tràgic, ni pactat.
Ni etern, ni màgic, ni llogat.
Rajant-me pelsdescosits,
tinc un amor petit,
tinc un amor petit.

Jo tinc un amor petit
noucom el temps
de la saó

que es crema coml'encenall,
arriba a cavall
is'enfilaalsbalcons.

Jo tinc un amor company
que no duu records
nideixapenyores.

Jo tinc un amor per tu
que es posa a ballar
quan li donen corda.

Canción del amor pequeño

Yo tengo un amor pequeño
y goloso
como un niño.

Un amor huidizo
que muerde la carnada
y no traga el anzuelo.

Yo tengo un amor rumboso,
rojo y jugoso
como una granada.

Yo tengo un amor amigo
que mata por gusto
yse muere de hambre.

Ni ciego, ni trágico, ni pactado.
Ni eterno, ni mágico, ni alquilado.
Desbordándome por las costuras,
tengo un amor pequeño,
tengo un amor pequeño.

Yo tengo un amor pequeño,
nuevo como el tiempo
de la sazón

que se enciende como la viruta,
llega a caballo
yse trepa a los balcones.

Yo tengo un amor compañero
que no trae recuerdos
ni deja prendas.

Yo tengo un amor por ti
que se pone a bailar
cuando le dan cuerda.


Y eso es todo por hoy. Como hoy, a fin de cuentas, presenté dos canciones, y me cuido mucho con los gastos, creo que la semana que viene me tomaré franco y recién dentro de quince días presentaré el cierre de la serie “Sobrenaturales”.

Aquí y ahora, mis azules ojos ya andan soñando con la siesta.

Hasta la próxima,

DJ Vago





martes, 16 de junio de 2015

[128] Alive, alive, oh


“Molly Malone”, de James Yorkston (hacia 1880), por The Dubliners y por Sinead O´Connor




A Patricio Killian.


Por fin terminé mi serie de rock nacional (argentino), por lo cual ya no sentiré la presión de los oyentes-lectores que conocen los temas e intérpretes y, por lo tanto, se dan cuenta de que el 70% de lo que digo es puro invento, y el 30% restante, muy discutible. No es tampoco que me afecte tanto el quedirán, eh, no se crean. Pero con el superyó de mi madre vasca ya tengo suficiente.

Pero sigue a pleno la serie “Sobrenaturales”, esta vez con una antigua, sencilla y pegadiza canción irlandesa, “Molly Malone”. Que se hizo famosa con los años, hasta adquirir el status de himno no oficial de Dublín y, tal vez, de Irlanda toda. Para que se den una idea, en Dublín hay una estatua de Molly con su carro de mariscos (y su escote):





Y la canción fue y es cantada, obviamente, por montón de artistas. La interpretación promedio del tema, que agrupa el 90% de las veces que “Molly Malone” es entonada, resulta intrascendente y simpaticona, con dos variantes principales:

· Variante A: por cantantes semisobrios en pubs adornados con propagandas de cerveza Guinness, Kilians o similar; u otra locación que se considere típicamente irlandesa. Por ejemplo, esta versión de Johnny Logan:



· Variante B: por borrachos (preferentemente irlandeses, aunque no es requisito obligatorio). Por ejemplo, la versión que se oye en la primera escena de la película “La naranja mecánica”, de Stanley Kubrick (basada en la novela de Anthony Burgess):
https://www.youtube.com/watch?v=DLZi9wI1C0M


Ambas variantes no explican, por supuesto, la fama de esta canción. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de ese 90% de los intérpretes, resulta que “Molly Malone” es una canción bella e inquietante, y emocionante. Y hay un 10% de los cantantes que le hace honores al tema.

La letra, que pueden leer a continuación, es sencilla y directa. En la primera estrofa se presenta el lugar (Dublín) y el personaje: Molly Malone, una chica que vende pescado (más precisamente, mariscos) con un carro. Y lanzando su consigna de vendedora ambulante: “¡A los berberechos y mejillones vivos! ¡Vivos!” (en inglés son menos sílabas y suena mejor, la consigna). Obviamente, que los mariscos estén vivos es prueba de su frescura: imagino que si hoy en día no es conveniente consumir mariscos no refrigerados, en el siglo XVI-XVII podías morir tranquilamente, por comer un berberecho a quien no hubieras conocido mientras vivía.

El cantor, bastante baboso él, dice que Dublín es una ciudad caracterizada porque sus muchachas son bellas, y entre ellas, lo deslumbra especialmente la marisquera.


Molly Malone

In Dublin's fair city,
Where the girls are so pretty,
I first set my eyes on sweet Molly Malone,
As she wheeled her wheel-barrow,
Through streets broad and narrow,
Crying, "Cockles and mussels,
alive, alive, oh!"

"Alive, alive, oh,
Alive, alive, oh",
Crying "Cockles and mussels,
alive, alive, oh".

She was a fishmonger,
But sure 'twas no wonder,
For so were her father and mother before,
And they each wheeled their barrow,
Through streets broad and narrow,
Crying, "Cockles and mussels,
alive, alive, oh!"

She died of a fever,
And no one could save her,
And that was the end of sweet Molly Malone.
Now her ghost wheels her barrow,
Through streets broad and narrow,
Crying, "Cockles and mussels,
alive, alive, oh!"

"Alive, alive, oh,
Alive, alive, oh",
Crying "Cockles and mussels,
alive, alive, oh".

Molly Malone

En la bella ciudad de Dublín,
donde las muchachas son tan bonitas,
vi por primera vez a la dulce Molly Malone
mientras ella empujaba su carro
por calles amplias y angostas
al grito de: “¡Berberechos y mejillones
vivos, vivos, oh!”.

“¡Vivos, vivos, oh!
¡Vivos, vivos, oh!
Al grito de: “¡berberechos y mejillones
vivos, vivos, oh!”.

Era una pescadera,
pero claro, no es para sorprenderse,
porque también lo fueron su padre
y su madre antes,
y cada uno empujó su carro
por calles amplias y angostas
al grito de: “¡Berberechos y mejillones
vivos, vivos, oh!”.

Ella murió de una fiebre
y nadie pudo salvarla,
y ese fue el final de la dulce Molly Malone.
Ahora su fantasma empuja el carro
por calles amplias y angostas
al grito de: “¡Berberechos y mejillones
vivos, vivos, oh!”.

“¡Vivos, vivos, oh!
¡Vivos, vivos, oh!
Al grito de: “¡berberechos y mejillones
vivos, vivos, oh!”.



La segunda estrofa apela a las tradiciones, y es la que resalta en las buenas versiones colectivas, como la que elegí de The Dubliners, prestigioso conjunto de música irlandesa, en un recital en vivo: esta estrofa es la que resuena mejor en los estadios. Allí se explica que no es raro que Molly fuera vendedora de pescado, porque lo mismo hacían su padre y su madre, y cada uno tenía un carro igual al de ella y lanzaban el mismo pregón.

Escuchen la muy buena versión de The Dubliners:


La tercera estrofa es la más interesante, y es la que permite que esta canción forme parte de la serie “Sobrenaturales”: Molly murió de una fiebre. Pero ni la muerte puede impedir que ella continúe, como fantasma, recorriendo las calles de la ciudad y pregonando sus fantasmales mariscos, anunciados aún como vivos (y ese “Alive, alive oh”, que en el pregón remite solo a los mejillones y berberechos, aquí ya aplica también a ella, a Molly, que a pesar de haber muerto sigue viva, viva).

Entre todas las interpretaciones de “Molly Malone”, hay una, una sola, que para mí representa a la perfección lo inquietante y terrible de la escena descripta. Y la desgracia y la pena de ese destino de muchacha pobre que sigue trabajando aún después de muerta. Me refiero a la genial versión de Sinead O´Connor (quien ya apareciera en el blog con su canción “Troya”, posteo 62).

Hay un videoclip, para esta versión, en el que se ven imágenes documentales de la vieja ciudad de Dublín; pero el clip que tienen que ver es este que linkeo acá abajo, que muestra únicamente a Sinead en primer plano (la cámara solamente se aleja y se acerca un paso, en oleadas). Con una musicalización muy sutil y leve, que no compite con la cantora, de forma que la sensación es estar escuchando, casi, una canción a capella.

Ya Sinead, ella misma, tiene una belleza que resulta inquietante y casi sobrenatural, con esos ojos rasgados cromados de ciborg y el pelo cortado al ras (aunque el lunar bajo la boca la humaniza). Y el clip permite ver los posicionamientos de la lengua y el paladar que usa, y las diferentes aperturas de la boca, que le permiten pronunciar unos sonidos que lo que tienen de hermoso lo tienen de cuasi alienígenas. Sinead no gritar ni demuestra volumen de voz, excepto en el estribillo: por el contrario, uno de sus logros es poder mantener esos vibratos y sonidos redondos en un volumen muy bajo, apenas audible.

Este videoclip me pone la piel de gallina cada vez que lo veo. Y es palpable la empatía de Sinead con Molly: no está contenta ni pensando en la siguiente cerveza, cuando cuenta que la marisquera murió joven y que su fantasma no descansa en paz. Está conmovida por Molly, y por eso conmueve también a quien la escucha. Un gran videoclip para una gran interpretación. No creo que yo viva lo suficiente como para escuchar una mejor versión de “Molly Malone” (aunque quizá sí, si mi fantasma sigue durmiendo la siesta en siglos venideros; quién te dice).

Por Sinead O´Connor:


Y eso es todo por hoy. Hasta la semana que viene, donde incansablemente pregonaré una nueva canción, si es que para entonces sigo vivo, vivo oh.

DJ Vagone


martes, 9 de junio de 2015

[127] Volando bajo


“Eiti Leda”, de Charly García (1968)


(…) La ciudad, con sus humos y sus ruidos de oficios, nos seguía desde muy lejos por los caminos. ¡Oh el otro mundo, la morada bendecida por el cielo y las sombras! El Sur me recordaba los miserables incidentes de mi infancia, mis desesperaciones veraniegas, la horrible cantidad de fuerza y de ciencia que la suerte siempre alejó de mí. ¡No! No pasaremos el verano en este avaro país donde nunca seremos más que huérfanos desposados. Quiero que este brazo tieso deje de arrastrar una imagen querida.
Arthur Rimbaud, “Obreros” (fragmento), en Iluminaciones.


Hoy cierro la extensísima serie dedicada al rock nacional (argentino), que duró un mes y medio ya; a la vez, me adentro en la serie “Sobrenaturales”, con una canción épica que Charly García compuso a los 17 años (Spinetta no fue el único genio precoz del rock nacional). El tema fue cantado primero por Sui Generis (se destacaba la voz de Nito Mestre; el ritmo de la canción era extremadamente lento), luego por Seru Girán, grabada como primer tema del disco homónimo en 1978; y luego fue grabado por Fabiana Cantilo, a dúo con Gustavo Cerati, en 2005, como parte del excelente disco Inconsciente colectivo de Fabiana. Aunque las tres versiones tienen lo suyo, la que más me gusta a mí, curiosamente, es el cover de Cantilo-Cerati, y por eso lo elegí como versión “titular” de este posteo. Sé que varios pensarán que estoy en pedo por poner el cover por encima de los originales, pero bueno: si soy así qué voy a hacer.

Sé que la mayoría de ustedes ya conocen la canción; para quienes aún no la conozcan, sepan que está, quizá, entre las diez más famosas del rock nacional y es (como comprobarán al escucharla) única: una canción sin estribillo, estructuralmente compleja (con una parte rápida inserta entre las estrofas lentas) y cuya letra, poética y sugerente, no deja seguridades pero sí mucho para pensar y sentir.

De entrada, hay que hablar del título. La leyenda oficial es que “Eiti Leda” son palabras sin sentido en un idioma inventado por García y Lebón, al igual que “serú girán”, “seminare”, “narcisoleso”, etc. Pero a mí, que no sé latín pero tengo buen oído para las lenguas muertas, “seminare” me suena como “semillero”, un derivado del término latino seminarium (que además de “semillero” significa: causa, origen). Y no hay que ser Sherlock para relacionar “narcisoleso” con Narciso, un personaje mitológico grecorromano. Así que las palabras “inventadas” y “sin sentido” no son taaaaan inventadas ni taaaaan sin sentido, resulta.

Y la otra leyenda, promovida por el mismo Charly, es que “Eiti Leda” significa “cocacola”. Por más que lo haya dicho Charly mismo, esto es una estupidez atómica. Lean la letra, escuchen la canción, y díganme qué tiene que ver con la cocacola, este tema. A Charly le preguntaron, previsiblemente, qué carajo significaba “Eiti Leda”, y él (imagino/opino), para no responder y sacarse al reportero de encima, respondió lo primero que le cruzó por la cabeza: “significa cocacola”. No sería la primera vez que un rockero se burla sutilmente de un periodista poco calificado (recuerden, por ejemplo, lo conversado sobre “Turning japanese”, de The Vapors, en el posteo 77). Considerando la base clásica que ya mostraba tener Charly a los diecisiete años, me parece mucho más fácil pensar que “eiti” es una variante de E.T., de “extraterrestre”, de “alien”, y que “Leda” es: Leda, un personaje mitológico griego.


[Digresión mitológica: Leda era una minita a quien Zeus le arrastraba el ala, sin importarle mucho que ella ya estaba casada con Tindáreo, que era rey de Esparta pero, apenas, humano. Para conquistar a Leda, Zeus se transformó en un blanco cisne, y fingiendo ser perseguido por un águila, se le posó encima a Leda y, redondamente, la embarazó. 


Meses después, Leda puso dos huevos (de allí surgió la famosa frase “hay que poner huevos”, aplicada a los humanos), y de esos huevos salieron cuatro hijos:

- de uno de los huevos (lo llamaremos “huevo 1”, Helena (la bella a quien culparon de la Guerra de Troya) y Pólux (que no es un producto de limpieza, sino un varoncito);

- del otro huevo (“huevo 2”), Clitemnestra (quien sería luego la esposa (y asesina vengadora) de Agamenón, a quien en el barrio le decían “Cacho”) y Cástor (no confundir con “castor”, que es una especie de rata grande y dientona).

Lo curioso es que, en teoría, los hijos del huevo 1 eran hijos de Zeus, y por lo tanto, semidioses inmortales; mientras que los hijos del huevo 2 (siento como si estuviera hablando de huevitos Kinder, llenos de sorpresas) eran hijos de Tindáreo, y por lo tanto, simples mortales humanos.

Y lo recurioso es que, si Clitemnestra y Cástor eran hijos de Tindáreo, ¿por qué carajo nacieron de un huevo?

Y lo recontrarremilcurioso es que Cástor y Pólux eran gemelos. ¿Cómo pueden ser gemelos si nacieron de huevos diferentes, y en teoría, provenían de huevos dif, perdón, de padres diferentes?

En síntesis: qué quilombo. Fin de la digresión.]


Claro que mi interpretación del título es también discutible, e innecesaria: se puede escuchar la canción perfectamente sin necesidad de que Eiti Leda signifique lo que yo digo. Pero lo cierto es que esta es una canción casi mitológica, donde hay un pobre-infeliz-héroe-dios que se transforma en pájaro y/o en superhéroe de Marvel para acercarse a su amada. Así que aunque mi interpretación sea errada, igual considero que está más cerca de la verdad que pensar que el título significa “cocacola”. Ustedes piensen lo que quieran, obvio.

En las dos primeras estrofas, el cantor está solo, muy lejos de casa, en una ciudad que se siente como ajena y feroz, y ansía estar con ella, con su amada. Ansía verla:

Quiero verte la cara
brillando como una esclava negra
sonriendo con ganas

y ansía tenerla cerca, porque sabe que puede confiar en ella por completo, tanto para que le caliente los huesos fríos, que la acompañe a ver la mañana y que le brinde la prueba más íntima y definitiva de amor y confianza: que le “dé la inyección a tiempo” (de paso: algo que le hubiera venido bien a Cerati, pobre).

Lejos, lejos de casa
no tengo nadie que me acompañe
a ver la mañana
ni que me dé la inyección a tiempo,
antes que se me pudra el corazón
y caliente estos huesos fríos, nena.

Él quiere verla desnuda en el día del juicio final, carne y calor en contraste con el gris asfalto de una autopista sin sentido, “que tenga infinitos carteles / que no digan nada”, y en cambio ella sí dirá, entre risas, que esa realidad es nada más que un juego. O, si no es posible, lo matará al mediodía (dar la muerte, como ya se planteó antes, es un acto de amor y cercanía).

Quiero verte desnuda
el día que desfilen los cuerpos
que han sido salvados, nena,
sobre alguna autopista
que tenga infinitos carteles
que no digan nada
y realmente quiero que te rías
y que digas que es un juego nomás
o me mates este mediodía, nena.

Me parecen memorables, estas estrofas. Tan sugerentes, tan bien armadas, con esas oraciones que parece que terminan pero no terminan nunca (como los carteles de la autopista del Sur). Y el clima que proponen me recuerda algunos poemas que le oí a mi hermana la tercera, de las Iluminaciones de Rimbaud o de Poeta en Nueva York de Lorca: la ciudad como un espacio opresivo, alienante (uno se puede sentir tranquilamente un E.T. allí), sin sentido, impersonal, frío y oscuro, invernal. 


Un clima que continúa en la última estrofa, donde él propone “quemar las naves” y pierde hasta su sombra, mientras viaja, bajo la tierra, hacia ningún lado:

Quiero quemar de a poco
las velas de los barcos anclados
en mares helados, nena.
Este invierno fue malo
y creo que olvidé mi sombra
en un subterráneo

y sin embargo, ella sabe que no hay vuelta atrás (quemó las velas de las naves, después de todo):
y tus piernas cada vez más largas
saben que no puedo volver atrás,
la ciudad se nos mea de risa, nena.

Ese verso final, “la ciudad se nos mea de risa”, recalca la idea de la ciudad como entorno hostil, sin embargo, es un final casi discordante, un verso que corta la onda que tan cuidadosamente se venía construyendo. Ese “se nos mea de risa” es también, me parece, una marca del rock: tal vez hacer una canción tan perfectamente profunda y poética podía ser mal visto, había que sacarla un poco de allí. Así como Miguel Ángel, al terminar su escultura de Moisés, le dio un martillazo en la rodilla, tan solo para que no fuera una obra perfecta (digo yo). Como el “¡No!” gritado con que termina “Costumbres argentinas”, y sin el cual la canción sería impecable.

Pero bueno, me estoy yendo por las ramas. Entre estas estrofas extrañadas de soledad y añoranza en una ciudad extraña y hostil, aparece un ritmo diferente, un cambio total, una parte alegre y distinta: el encuentro amoroso.

Para que el encuentro se produzca (en la realidad o en el puro deseo) es necesario, sin embargo, ser más que humano, sobreponerse a la distancia convirtiéndose en pájaro (alondra, cisne: lo importante es que vuele) o en superhéroe (con capa y espada, con luz y peinado raro: lo importante es que vuele). Así, transformado, él puede volar bajo y bajar volando, entrar al cuarto de ella y unírsele en una explosión de luz blanca, ambos divinos y humanos, sobrenaturales y necesitados al mismo tiempo:

Entrando al cuarto volando bajo
la alondra ya está cerca de tu cama, nena.
Quiero quedarme, no digas nada,
espera que las sombras se hayan ido, nena.
¿No ves mi capa azul,
mi pelo hasta los hombros,
la luz fatal, la espada vengadora?
¿No ves que blanco soy, no ves?
¿No ves que blanco soy, no ves?

Que ese episodio esté intercalado entre las estrofas, en vez de cerrar la canción, me parece otra muestra de genialidad por parte de Charly: no quiere plantear una canción de final feliz, una “justicia poética” para sus personajes (Rivera dixit): la ciudad sigue allí, y él sigue perdido y alienado en ella; pero el encuentro existió, aunque fuera en un sueño o en otro tipo de realidad alternativa. Y eso es importante. Eso cuenta. Si no contara, sería mejor que me mates este mediodía, nena.

Va la canción por Cantilo-Cerati, la letra, y abajo los links a las versiones de SG (Sui Generis) y SG (Serú Girán).


Eiti Leda
Quiero verte la cara
brillando como una esclava negra
sonriendo con ganas, nena.
Lejos, lejos de casa
no tengo nadie que me acompañe
a ver la mañana
ni que me dé la inyección a tiempo,
antes que se me pudra el corazón
y caliente estos huesos fríos, nena.

Quiero verte desnuda
el día que desfilen los cuerpos
que han sido salvados, nena,
sobre alguna autopista
que tenga infinitos carteles
que no digan nada.
Y realmente quiero que te rías
y que digas que es un juego nomás
o me mates este mediodía, nena.

Entrando al cuarto volando bajo
la alondra ya está cerca de tu cama, nena.
Quiero quedarme, no digas nada,
espera que las sombras se hayan ido, nena.
¿No ves mi capa azul,
mi pelo hasta los hombros,
la luz fatal, la espada vengadora?
¿No ves que blanco soy, no ves?
¿No ves que blanco soy, no ves?

Quiero quemar de a poco
las velas de los barcos anclados
en mares helados, nena.
Este invierno fue malo
y creo que olvidé mi sombra
en un subterráneo
y tus piernas cada vez más largas
saben que no puedo volver atrás,
la ciudad se nos mea de risa, nena.


Por Sui Generis


Por Serú Girán




Eso es todo por hoy, nena. Quemaré las velas de a poco hasta la próxima semana.


DJ Vago

martes, 2 de junio de 2015

[126] Ai sí ded pípol




“Campanas en la noche”, de Los Tipitos, en su álbum Armando Camaleón (2004)



A Franco Vaccarini, por las ficciones literarias de cuiqui,
y a Dolores Giménez, por la conexión con “Penélope”.


Esta es la penúltima entrega de la serie “Rock nacional (argentino)”, y presento la más famosa canción de una banda marplatense no muy famosa, Los Tipitos, que comenzaron su carrera musical a mediados de los noventas pero alcanzaron su pico de fama hacia 2006, con el disco TipitoRex (grabado en vivo en el Gran Rex), en el que incluían, entre otras, esta canción: “Campanas en la noche”.



El tema de hoy funciona también, en especial gracias a su videoclip, como primera entrega de una serie nueva, dedicada a personajes y fuerzas sobrenaturales, que titularé, súperlúcidamente, “Sobrenaturales”.

“Campanas en la noche” es un caso raro de canción roquera clásica desde lo musical (riff inicial, 4/4 en tono mayor, estructura clásica de estrofas-estribillo-coda-final) con una letra melancólica, ambigua y un poquitín inquietante.

No es una canción de terror, por más que el videoclip intente hacerla parecer así, y que la primera estrofa, con magistral sutileza, se dedique a armar, mediante una enumeración, un paisaje que es a la vez exterior e interior, un clima nocturno de soledad e inquietud:

Un hombre
de frente a una ventana
súper lúcida la mirada
recorre el paisaje y no,
no su interior; es Luna,
son sombras lejanas del bosque,
es algo raro en las estrellas,
sonidos que inducen temor
y también melancolía de esperar,
de esperar.

Claro que con decir “temor” y “melancolía” no alcanza para establecer un clima de temor y melancolía: pero las palabras nunca son inocentes, y ayudan. Esta primera estrofa, entonces, establece una base de la que después la canción no llega a librarse del todo, por más que lo que se cuenta, la trama en sí, no tenga espanto alguno.

Es simplemente una historia triste, pero muy sencilla: ella se fue, y él, a pesar de que pasaron muchos años, la sigue esperando, sin darse cuenta de que no hay ninguna posibilidad de que ella vuelva, excepto, una y otra vez, en su mente (a él ya le chifla el moño, como diría una amiga cordobesa).
¿Les suena? ¡Sí, es “Penélope”!

[Digresión: Levanten la mano los que piensen que “Penélope” es una canción de Diego Torres. Ahora, váyanse ya mismo de acá, ¡juiracucha!]

Solo que en “Penélope” la que espera eternamente es ella (con su vestido de domingo y su bolso de piel marrón) en la estación de trenes, a que llegue él. Y espera tanto, que cuando él finalmente llega está muy cambiado, y ella lo desconoce (como sucede también en el mito griego, porque a Ulises, cuando regresa a Ítaca, de entrada solo lo reconoce el perro).

[Digresión 2: No pongo aquí el link a “Penélope”, pero solo para que no me suba demasiado la serratemia del blog, así más adelante puedo subir alguna canción de él, si me dieran ganas. Si no conocen o recuerdan la canción, gugléenla ustedes, les pido.]

Pero aquí, en “Campanas”, el encuentro no es una posibilidad demorada: no ocurrirá nunca. No hay final feliz posible, excepto en la mente insana, donde él sí la puede escuchar a ella que llega y exclama, joven y feliz: “¿Lo puedes creer? No existe el olvido. Aquí estoy. He venido” (y luego, en las siguientes repeticiones del estribillo, “he vencido”, como si hubiera vencido a la vez al olvido, a la muerte y al tiempo).

La segunda estrofa retoma el “thriller mental” de ese personaje cuyo cuerpo está hecho de recuerdos, “es solo memoria” e infinita paciencia.

su mente
inquieta se puebla de historias,
su cuerpo es solo memoria,
es eso que hay que sentir
con paciencia infinita
andando las calles ajenas
de hombres que al fin le dan pena:
campanas en la noche,
ruidos de melancolía
que esperan,
¿qué esperar?

La mención de las campanas en la noche es, claro, un mal agüero, porque las campanadas de alegría son siempre con luz del sol. Y por más que sean llamadas “ruidos de melancolía”, es imposible no pensar que son campanas fúnebres, que, como todas las campanas fúnebres, nunca hay que preguntar por quién suenan, porque están sonando por vos (sí, por vos, el que preguntó).



La tercera estrofa no aporta mucho a lo ya dicho, pero previsiblemente, es la que más le gusta a mi hermana la tercera, solo porque incluye la frase “ficción literaria” (ella es capaz de decir, como Zellwegger en “Jerry MaGuire”: “Callate. Ya me tenías con el ficción literaria”).



Delirio
tremendo, ficción literaria,
secretos que fueron plegaria,
espejo maldito que al fin
duplicó toda su vida

Y ahora viene la parte en que les cuento el videoclip, que enfatiza lo sobrenatural que ronda la canción.

De entrada, estamos en una habitación de loquero (onda “Atrapado sin salida”, “Hombre mirando al sudeste”, elijan), y él, el protagonista, vestido de rojo, mira con su mirada perdida el paisaje hasta que la ve llegar a ella, vestida de novia y sonriente (“I see dead people”, diría el nenito de “Sexto sentido”). En el 1:22 aparece un pájaro negro, que no se sabe bien qué cornos hace ahí, pero es mal agüero, si me preguntan. Al loco rojo lo trasladan por los pasillos del loquero, lo examinan seudomédicos seudopeluqueros seudomúsicos inquietantemente (lo que me recuerda, para más escalofrío, el clip del “Lamento della Ninfa”, posteo 77), la novia empieza a reírse nerviosamente, una risa que es casi un colapso, y en el 2:04 se funde en un humo verde y se vuelve bruja anciana de luto dueña de pájaros negros o negros de alma, y ella y él se intercambian lugares, como si fueran en realidad dos aspectos de la misma oscuridad; luego los “médicos” le aplican el defibrilador pero a ella, a la vieja de luto, que es la novia, que es el loco rojo; en 2:43 vuelve a aparecer el maldito pájaro negro; al loco rojo lo siguen paseando por las instalaciones del nosocomio (lo pasea un enfermero gordo y encuerado, muy poco serio), la vieja bruja lo sigue rondando, y hacia el final, al minuto cuatro, él pestañea y se mueve, como si dijéramos: “se despertó, era todo un sueño”, pero no le cree nadie.



Bueno, eso es todo por hoy, ya me cansé. Lo dejo con el clip, la letra y la despedida.



Campanas en la noche
un hombre
de frente a una ventana
súper lúcida la mirada
recorre el paisaje y no,
no su interior; es Luna,
son sombras lejanas del bosque,
es algo raro en las estrellas,
sonidos que inducen temor
y también melancolía de esperar,
de esperar.

Esperar que ella vuelva
y le diga: “acá estoy mi amor,
no existe el olvido,
acá estoy mi amor de vuelta,
he venido,
¿lo puedes creer? no existe el olvido, mi amor,
no existe”.

su mente
inquieta se puebla de historias,
su cuerpo es solo memoria,
es eso que hay que sentir
con paciencia infinita
andando las calles ajenas
de hombres que al fin le dan pena:
campanas en la noche,
ruidos de melancolía
que esperan,
¿qué esperar?

Esperar que ella vuelva
y le diga: “acá estoy mi amor,
no existe el olvido,
acá estoy mi amor de vuelta,
he vencido,
¿lo puedes creer? no existe el olvido, mi amor,
no existe”.

Delirio
tremendo, ficción literaria,
secretos que fueron plegaria,
espejo maldito que al fin
duplicó toda su vida
andando las calles ajenas
de hombres que al fin le dan pena:
campanas en la noche,
ruidos de melancolía
que esperan,
¿que esperan?

Esperar que ella vuelva
y le diga: “acá estoy mi amor,
no existe el olvido,
acá estoy mi amor de vuelta,
he vencido,
¿lo puedes creer? no existe el olvido, mi amor,
no existe”.


Listo, me voy. Pero tal vez no me voy. Tal vez vuelva algún día. Espérenme. Buajaja.


DJ Vago