solo un tema por semana,
y con que le guste al diyei alcanza

martes, 28 de abril de 2015

[121] Peligroso como nene con revólver


“Bang bang”, de Sonny Bono, por Nancy Sinatra (1966)




                                   Si tu mejor amigo te incrusta un puñal en la espalda… desconfía de su amistad.
Ernesto Esteban Etchenique (R.F.)


Esta es la tercera entrega de la serie “Si se mata al cantor”, y presento “Bang bang”, que escribió Sonny Bono (con una pequeña ayuda de sus amigos) para Cher, y que se incluyó, en 1966, en el segundo disco de ella: The Sonny side of Cher (juego de palabras que suena tipo “el lado soleado de Cher”). La versión de Cher era interesante (abajo pondré el link), pero ese mismo año el tema fue retomado por Nancy Sinatra (la hija de Frank) en lo que se convirtió en la versión más famosa de la canción.



Nancy no hizo una gran carrera (sí extensa) como cantante ni como actriz. Sin embargo, 1966 fue su año, pues su primer disco, Boots (“botas”) fue un gran éxito, y eso la impulsó a lanzar, ese mismo año, su segundo long play, How does that grab you?, (“¿cómo te agarró eso?”, frase que significa, aproximadamente, “¿cómo estás?”). En este segundo disco es que apareció “Bang bang”, con un arreglo de guitarra tremolada y una onda mucho más lenta, melancólica y monocorde que la versión de Cher, lo que le vino, quién lo diría, muy bien a la canción.





(Mini digresión: Nancy aún, con setenta y cinco pirulos, sigue cantando y sacando discos, pero ninguno tuvo, ni cerca, el éxito de su primer álbum, “Botas”.)

El principal mérito de la canción no es, como podría pensarse, que está armada y titulada a partir de una onomatopeya de disparo. La principal gracia es que cuenta una historia muy larga y compleja, una historia de vida completa, en muy pocas palabras.

Esa historia tiene dos protagonistas, ella (la cantora) y él. Ambos son mejores amigos desde niños, y jugaban a los cowboys y cabalgaban en palos de escoba, como Mafalda y sus amigos: un juego infantil ultra-top en los cincuentas y sesentas, con el auge de las películas de vaqueros del Oeste. Él iba de negro y ella de blanco, y eso ocasionaba que él siempre ganara el juego y ella perdiera. (Debería haberse dado cuenta en algún momento que si alguien se viste de blanco, las balas van directo hacia allí.)

El estribillo retoma ese juego infantil, en que los disparos se simulaban a partir de exclamar “bang bang”, tras lo cual el “baleado” debía darse por muerto (salvo que hiciera trampa).

Bang bang, él me disparó
bang bang, caí al suelo
bang bang, ese terrible sonido
bang bang, mi nene me baleó.

Lo que traduje como “baleó” es más bien: “me mató a balazos”, “me cosió a balazos”.

En la segunda estrofa, el tiempo pasó: ellos ya son adultos, y pasaron de ser mejores amigos a ser pareja (“cuando crecí, lo llamé mío”). Él pasó a ser, para ella, “my baby”, “mi bebé” (es decir: mi nene, mi cuchi, una forma cariñosa de decir: mi enamorado). Él siempre recordaba cuando jugaban a los vaqueros, y la segunda repetición del estribillo está en primera persona (“Bang bang, yo te disparé”), pero no es del todo claro si esa primera persona es ella que le disparaba a él o, más bien, que aún sigue hablando él, recordando cuando eran chicos y jugaban y él la baleaba a ella.



Viene una mini estrofa que retoma el famoso y bello párrafo de John Donne que culmina en “por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas: están sonando por ti” (lo puse en el blog al comienzo del posteo 85, aviso por si tienen energía para ir a buscarlo).

La música sonó y la gente cantaba,
es por mí que en la iglesia sonaron campanas.

Y la tercera estrofa culmina la historia: él se fue, sin siquiera decir adiós, sin tomarse la molestia ni siquiera de mentir. Y se repite, por tercera y fatal vez, el estribillo del bang bang. La idea que sobrevuela es que al irse, él de alguna manera le atravesó el corazón con balas más verdaderas que aquellas que se disparaban siendo niños. Y ese juego infantil ya era, de alguna forma, anticipo o amenaza de la traición futura, de la muerte sentimental a balazos de abandono que le propinó el beibi a quemarropa y sin remordimiento alguno.

Sin embargo, la cantora no está muerta aún, o al menos no está muerta del todo, porque el haber sido baleada no le impide cantar, como una forma de recordar y de seguir metiendo, un poco masoquistamente, el dedo en las propias heridas múltiples.

Claro que no es la mejor canción del mundo, pero vale la pena escucharla. Hace unos pocos años, Tarantino la usó como parte de la banda de sonido de la película Kill Bill, que trata justamente de eso, de “mi beibi me baleó”.

Va el link a la versión de Nancy, en una famosa presentación en vivo, con ella semirrecostada sobre una tarima psicodélica con su ultra-sixties vestido rosado con flecos y largas botas rosas, sobre fondo negro:




Bang bang

I was five and he was six
We rode on horses made of sticks
He wore black and I wore white
He would always win the fight

Bang bang, he shot me down
Bang bang, I hit the ground
Bang bang, that awful sound
Bang bang, my baby shot me down

Seasons came and changed the time
When I grew up, I called him mine
He would always laugh and say
"Remember when we used to play?"

Bang bang, I shot you down
Bang bang, you hit the ground
Bang bang, that awful sound
Bang bang, I used to shoot you down

Music played and people sang
Just for me the church bells rang

Now he's gone, I don't know why
And 'till this day, sometimes I cry
He didn't even say goodbye
He didn't take the time to lie

Bang bang, he shot me down
Bang bang, I hit the ground
Bang bang, that awful sound
Bang bang, my baby shot me down

Bang bang

Yo tenía cinco y él tenía seis
cabalgábamos en caballos de palo
él vestía de negro y yo de blanco
él siempre iba a ganar la batalla

Bang bang, él me disparó
bang bang, caí al suelo
bang bang, ese terrible sonido
bang bang, mi nene me baleó.

Las estaciones pasaron y cambiaron el tiempo
cuando crecí, lo llamé mío
él siempre reía y decía
“¿Te acordás de cuando jugábamos?”

Bang bang, yo te disparé
bang bang, caíste al suelo
bang bang, ese terrible sonido
bang bang, solía balearte.

La música sonó y la gente cantaba,
es por mí que en la iglesia sonaron campanas.

Ahora él se fue, no sé por qué
y hasta este día a veces lloro
él ni siquiera me dijo adiós,
no se tomó el tiempo para mentir.

Bang bang, él me disparó
bang bang, caí al suelo
bang bang, ese terrible sonido
bang bang, mi nene me baleó.



Y algunos links para terminar.

· Versión original de Cher:


· Versión de Raquel Welch, en el 67, con botas, mini-abrigo, peinado y coreo desopilante:


· Versión (casi irreconocible) de Bon Jovi en el 85, con peinado glam, humo, brillantina y pantalones de cuero:


· Versión actual, very forgettable de mi colega David Guetta (dejó solo la primera estrofa, porque lo del paso del tiempo le resultaba demasiado profundo):


Eso es todo por hoy. La semana que viene sigue la serie “Si se mata al cantor”, pero recalaremos de lleno en el rock nacional.

Con las manos en alto y agitando una bandera blanca, se despide hasta el próximo tiroteo el

DJ Vago



lunes, 20 de abril de 2015

[120] Las ovejas negras me dicen El Oscuro



“La mala reputación”, de Georges Brassens (1952)



Georges Brassens (1921-1981) fue uno de los grandes cantautores del siglo XX. De Francia desde ya, pero yo diría: del mundo. Casi todos los buenos cantautores de la segunda mitad del siglo pasado tomaron algo Brassens. Algunos le pagaron la cuenta, otros directamente le afanaron (cosa que a él no le molestaba mucho que digamos).

Fue, sin lugar a dudas, un cantor popular. Sus canciones toman, con gran sensibilidad, el habla de la gente común, los saberes populares, las frases hechas, el humor sencillo. Y sin embargo, sus canciones, musicalmente sencillas y pegadizas, tienen a la vez letras muy elaboradas y profundas. Brassens ganó el Premio Nacional de Poesía, en Francia, y es considerado, además de cantautor, uno de los grandes poetas franceses de la posguerra.



“La mauvaise réputation” es una de sus canciones más famosas, y aquí la presento, como segunda entrega de la serie “Si se mata al cantor”. Es, sin pretensión, un gran tema. Cuando lo escuchen, enseguida captarán cómo usa Brassens la rima, el apócope (¿lo qué?), el tragarse letras, el ritmo, de forma que algunos versos son casi pequeños trabalenguas, pero igualmente la letra fluye y nadie se pierde. Si todavía queda algún fan de Arjona que lea este blog (un despistado), compare por ejemplo esta letra de Brassens con la de la canción “Tu reputación” de Richard, con su sutil verso inicial: “Tu reputación son las primeras seis letras de esa palabra”…

Mientras el fan de R.A. compara, sigo con los demás.

El protagonista de la canción comienza declarando que tiene, en su pueblo, una mala reputación. No lo dice para mandarse la parte: es la verdad, nomás. Se sabe. Él no cree haber hecho nada para ganarse esa mala reputación, pero tampoco parece dispuesto a cambiar su forma de ser o de actuar, para revertir esa mala imagen. Él solamente sigue su camino “de pequeño buen hombre”, de persona sencilla. Pero ese camino no es el que siguen las “gentes bien” del pueblo (los terratenientes, los funcionarios, las fuerzas de seguridad…).

El cantor sigue “los caminos que no van a Roma”, y eso genera:

· que todos lo maldigan (salvo los mudos, obvio);

· que todos lo señalen con el dedo (salvo los mancos);

· que todos lo persigan (salvo los rengos).

El “no seguir los caminos marcados” se ve, principalmente, en el desprecio del cantor hacia los principales valores de la “gente bien”: la Patria, la Ley y la Propiedad Privada (utilizados, especialmente, con el objetivo último de que los pobres sean cada vez más pobres, y los ricos cada vez más ricos). El 14 de Julio (el día de festejo nacional de Francia, equivalente al 25 de Mayo por estos lares), él, en vez de festejar y marchar al compás de las trompetas, se queda durmiendo. Es como un amigo mío, que cada Viernes Santo se prepara un asado. Y cuando el cantor ve a un pobre diablo perseguido por robarse una triste manzana, él hace que tropiece el perseguidor (un cul-terreux, “culo embarrado”, forma despectiva de llamar a un terrateniente).

A pesar de que él cree que “todo el mundo” lo odia, uno piensa que no puede ser: a mí me a caería muy simpática, una persona así. Tal vez los mancos, los rengos y los mudos no le perdonan la vida por incapacidad, sino por simpatía. Y seguramente también contará con la simpatía de los pobres (incluyendo los ladrones de manzanas). Y de los sordos que lo escuchen.


Claro que la mala reputación no es gratuita, y ponerse en contra de la “gente bien” tiene sus consecuencias. El cantor lo expresa con naturalidad, casi como algo inevitable: en cuanto ellos consigan una buena cuerda, me la van a echar al cuello y me van a ahorcar. No hay que ser Nostradamus, para pronosticar eso.
Y, cual una variante del 14 de Julio, todos se reunirán en la plaza principal para verlo colgado. Salvo los ciegos, se entiende.



En curiosa evolución, el cantor muta entonces de oveja negra a chivo expiatorio.

Yo también me gané (y a mucha honra) mi cuota de mala reputación, y no estoy dispuesto a cambiarla por un lugar en el palco. Cuando me vengan a buscar para colgarme, van a tener que tirar la puerta abajo, porque no hay timbre que me despierte.

Sintetizando: una preciosa canción, muy difícil de cantar (en especial, para quienes no hablamos francés con fluidez), pero memorable.

El poesta Pierre Pascal hizo la traducción al castellano de la letra, e hizo lo que pudo (no pudo mucho, les anticipo): las ganas de mantener la rima obligaron a Pierre a modificar drásticamente la letra, que no suena ni cerca tan fresca ni tan precisa ni tan canchera como la versión original (con versos tipo “eso sí que sí que será una lata / siempre tengo yo que meter la pata”; especialmente inadecuada y tosca es la traducción del estribillo: “No a la gente no gusta que / uno tenga su propia fe”, cuando el cantor original se cuidó mucho en dar a entender que, precisamente, él no sigue ningún dogma).

Así que por eso yo, S. Vagot, les propongo que escuchen la versión original, que es la más mejor. El link elegido lo muestra a Georges cantando (no sé ustedes, pero a mí me resulta súper simpático!; se parece físicamente a un tío mío, además).



La mauvaise réputation 

Au village, sans prétention,
J'ai mauvaise réputation.
Qu'je m'démène ou qu'je reste coi
Je pass' pour un je-ne-sais-quoi! 
Je ne fait pourtant de tort à personne
En suivant mon chemin de petit bonhomme.

Mais les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Non les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,

Tout le monde médit de moi,
Sauf les muets, ça va de soi.

Le jour du Quatorze Juillet
Je reste dans mon lit douillet.
La musique qui marche au pas,
Cela ne me regarde pas.
Je ne fais pourtant de tort à personne,
En n'écoutant pas le clairon qui sonne.

Mais les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Non les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,

Tout le monde me montre du doigt
Sauf les manchots, ça va de soi.

Quand j'croise un voleur malchanceux,
Poursuivi par un cul-terreux;
J'lance la patte et pourquoi le taire,
Le cul-terreux s'retrouv' par terre
Je ne fait pourtant de tort à personne,
En laissant courir les voleurs de pommes.

Mais les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Non les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,

Tout le monde se rue sur moi,
Sauf les culs-de-jatte, ça va de soi.

Pas besoin d'être Jérémie,
Pour d'viner l'sort qui m'est promis,
S'ils trouv'nt une corde à leur goût,
Ils me la passeront au cou,
Je ne fait pourtant de tort à personne,
En suivant les ch'mins qui n'mènent pas à Rome.

Mais les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Non les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,

Tout l'mond' viendra me voir pendu,
Sauf les aveugles, bien entendu.

La mala reputación 

En el pueblo, sin pretensión,
tengo mala reputación.
Tanto si me esfuerzo como si me quedo piola
¡me toman por un no sé qué!
Yo no hago, sin embargo, daño a nadie
al seguir mi camino de pequeño buen hombre.

Pero a la gente bien no le gusta que
se siga otro camino que el de ellos.
No, a la gente bien no le gusta que
se siga otro camino que el de ellos.

Todos me maldicen.
Salvo los mudos, obvio.

El día Catorce de Julio
me quedo en mi cama blandita.
La música que marca el paso,
esa me no me importa un catzo.
Yo no hago, sin embargo, daño a nadie
al no oír el clarín que suena.

Pero a la gente bien no le gusta que
se siga otro camino que el de ellos.
No, a la gente bien no le gusta que
se siga otro camino que el de ellos.

Todos me señalan con el dedo.
Salvo los mancos, obvio.

Cuando me cruzo con un ladrón desgraciado
perseguido por un nariz respingada,
pongo la pata y, por qué callarlo,
el respingado se cae al suelo.
Yo no hago sin embargo daño a nadie
dejando correr a los ladrones de manzanas.

Pero a la gente bien no le gusta que
se siga otro camino que el de ellos.
No, a la gente bien no le gusta que
se siga otro camino que el de ellos.

Todos se me vienen al humo.
Salvo los rengos, obvio.

No hace falta ser el profeta Jeremías
para adivinar la suerte que me espera.
Si encuentran una cuerda que les guste,
me la echarán al cuello.
Yo no hago sin embargo daño a nadie
al seguir los caminos que no llevan a Roma.


Pero a la gente bien no le gusta que
se siga otro camino que el de ellos.
No, a la gente bien no le gusta que
se siga otro camino que el de ellos.

Todos vendrán a verme ahorcado,
salvo los ciegos, se entiende.



Va el cover en español, por Paco Ibáñez:

https://www.youtube.com/watch?v=9j1jumnQeSw


Y eso es todo por hoy. El martes próximo me encontrarán aquí, al pie del cañón, con un nuevo tema, como sucede cada semana sin falta (???).

DJ Vago


martes, 14 de abril de 2015

[119] El funebrero se compró un yate



“Como la cigarra”, de María Elena Walsh (1972), y “Tienes que decidir”, de Liliana Felipe (2005)



Bueno, después de amenazar durante casi un mes, aquí empieza la serie “Si se mata al cantor”, en la que incluiré temas en los que quien abra la boca estará más cerca del arpa que de la guitarra.

Y justo se murió el escritor uruguayo Eduardo Galeano, de quien conozco su obra solo de oídas (porque no leo) e igual alcanza para ponerse triste. Vaya para él el recuerdo y la música.

Como primera entrega (¡doble! qué máquina del esfuerzo que soy, a veces me admiro a mí mismo) va lo que había seleccionado para el 24 de marzo: “Como la cigarra”, de la gran María Elena Walsh (quien apareció de refilón esta temporada, cantando el romance del enamorado y la muerte, posteo 102), y “Tienes que decidir”, de la villamariense Liliana Felipe (a quien ya presenté en el posteo 25, con el tango “Nada”).

En los dos temas de hoy muere el cantor, pero lo curioso es que:

- en ambos casos, YA MURIÓ, es decir, el cantor canta después de haber muerto (lo que no significa, como veremos, que cante ESTANDO muerto);

- no solo murió, sino que murió MUCHAS VECES; la muerte es múltiple, es casi una costumbre, una rutina.



Hay, sin embargo, algunas diferencias, por supuesto.

Empiezo por “Como la cigarra”, que es una gran, gran canción de María Elena Walsh. No especialmente para chicos, aunque uno podría pensar, si no la conoce, que el título hace referencia al insecto de la fábula de “La cigarra y la hormiga”, y que la canción promulgará una sana vagancia y valoración del ocio y del lassez faire, onda “Hakuna matata”.


No, nada que ver. Aquí la cigarra se parece más bien a la terca araña de “Itsy bitsy spider” (posteo 74, “La arañita Sisifita”), que sube y sube por el caño del agua. Lo que hace “como la cigarra” el cantor no es holgazanear, sino enterrarse y resurgir de su latencia. Los primeros versos son memorables, y definen con claridad el planteo:

Tantas veces me mataron, tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí, resucitando.

Morir es una rutina, algo que le pasó mil veces. Y resucitar es tan una costumbre que lo hace con gerundio, como una continuidad en el tiempo: “acá me ves, tomando mate y resucitando”.

Por supuesto, cuando uno muere mil veces, es difícil que suceda de muerte natural. Uno muere de viejo una sola vez. Todas las demás son violentas, son asesinatos: a la cantora la borraron, la hicieron desaparecer (verbo que aún, en 1972, no había adquirido el sentido que tomaría poco después), la apuñalaron, la mataron.

“Y sin embargo, estoy aquí”: la muerte, en esta canción, es remontable. No es que la cantora sea inmortal: si así fuera, no moriría, y queda muy claro que, por el contrario, lo que más fácil le sale es morir. Se cansa, de morir. Pero al igual que Kenny (el personaje de abrigo naranja de South Park), tras morir en cada capítulo aparece, vivito, coleando y como si nada, en el siguiente.

A diferencia de Kenny, la cantora es consciente de todas sus muertes: las recuerda, las reconoce. Las sufrió. Incluso fue a su propio entierro:

a mi propio entierro fui, sola y llorando.

Qué verso genial. Claro, murió tantas veces que la gente ya se cansó de ir al velorio. “¿Otra vez se murió esta? ¡No nos da tiempo ni de lavar la ropa negra! Así que ella misma, sola, va a su propio entierro, a llorar su propia muerte, sabiendo que pronto la escena se repetirá, porque “no era la última vez”. El funebrero, al menos, podría haber ido al velorio, con toda la guita que está ganando con ella.

Por supuesto que para morir tanto es necesario, como se aclara desde el comienzo, revivir. Lo único que se necesita para morir es estar vivo. No es poco.

Tal vez por eso la cantora, en un exceso de buena onda, le da gracias a quienes la mataron: a la mano con puñar, a la desgracia que la mató. No reniega de sus múltiples muertes: son la condición de su actual supervivencia, de sentirse “como un sobreviviente que vuelve de la guerra”, como alguien que volvió de lo peor, y puede ponerse a cantar, a cantarle al Sol.

Una canción ideal para sobreponerse al infortunio y para alimentar las esperanzas.

María cantaba un poco como pomposa, como pronunciando demasiado bien cada consonante. Sin embargo, tenía una bella voz, sobre todo considerando que es la compositora, y no es tan fácil encontrar buenos compositores que además canten bien, como ella.

Va la canción, por María Elena. El link es de una antología; a los 3:20 comienza “Como la cigarra”:



Como la cigarra
Tantas veces me mataron, tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí, resucitando.
Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal
porque me mató tan mal
y seguí cantando,

cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.

Tantas veces me borraron, tantas desaparecí,
a mi propio entierro fui, sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo pero me olvidé después
que no era la única vez
y seguí cantando,

cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.

Tantas veces te mataron, tantas resucitarás,
tantas noches pasarás desesperando.
A la hora del naufragio y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando,

cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.



La segunda canción de hoy es “Tienes que decidir”, que también presenta muertes múltiples. Es parte del disco Tan chidos, de 2005, de la cordobesa Liliana Felipe, que reúne canciones de cabaret.

La principal diferencia con “Como la cigarra” es que aquí la cantora es plural. Su nombre es legión, ella contiene multitudes.

Es una canción muy graciosa y muy ácida, de un humor amargo (en tanto lo que se dice, aunque en forma graciosa, es casi demasiado cercano a la realidad como para causar mucha gracia).

De entrada, la cantora nos plantea: tenés que decidir cómo querés que te maten. O sea: no podemos decidir seguir vivos. Nos van a matar, esa es la realidad incuestionable. ¿Por qué? Porque ya lo sabemos:

Ya nos mataron de tantas maneras
ya nos cansamos de ir al panteón
ya no sabemos si somos civiles,
rehenes, vampiros o simples mortales.

Estamos cansados de morir. Ya no sabemos ni qué somos, de tanto que morimos y morimos. Somos expertos en eso. Y sin embargo, al igual que en “Como la cigarra”, la muerte no es definitiva (aquí es más fácil explicarlo: como somos plurales, pueden matar a muchos de nosotros sin que nos eliminen a todos).

La “ventaja” que conseguimos, a partir de nuestra no buscada pero bien adquirida experiencia en morir, es que:

al menos nos hemos ganado el derecho de decidir
cómo queremos morir.

Antes, ni siquiera eso: nos mataban sin preguntarnos nada, ni siquiera “por pura cortesía”. Ahora, los tiempos cambiaron… (no mucho, claro: no cambiaron lo suficiente como para que no nos maten).

Y entonces, eso sí, tenemos la obligación moral de utilizar esa ventaja, y expresar nuestra preferencia. Sí, vamos a morir. Sí, nos van a matar. Pero podemos (¡debemos!) decidir si queremos morir de sed, ahorcados con una bufanda, de hambre, de asco, baleados por “unos cuantos gringos rancheros” o como daños colaterales en la guerra contra el terrorismo.



Liliana misma es quien toca el piano, mientras canta, y lo hace con ese vozarrón y ese estilo tan particular que tiene, mezclando dulzura con gallitos y arrastre de sílabas.

Una canción muy divertida y, a la vez, muy seria, como Liliana suele brindarnos.

Va el link al disco entero. A los 21:46 comienza “Tienes que decidir”:



Tienes que decidir

Tienes que decidir
quién prefieres que te mate:
un comando terrorista
o tu propio gobierno para salvarte
del comando terrorista.

Tienes que decidir
qué prefieres que te mate:
la pobreza, la miseria,
el Tratado de Libre Comercio
o el programa contra el hambre.

Ya se acabó aquel tiempo
en que decidían cómo nos mataban
y sin preguntarnos siquiera
por pura cortesía
si era nuestro deseo el de fenecer
como los mosquitos al amanecer
o morirnos de sed.

Ya nos mataron de tantas maneras
ya nos cansamos de ir al panteón
ya no sabemos si somos civiles,
rehenes, vampiros o simples mortales.

Pero de tanto morirnos
al menos nos hemos ganado el derecho de decidir
cómo queremos morir.

Tienes que decidir
cómo prefieres morir:
de hambre natural
de asco terminal
de pago de predial
ahorcada con tu chal
debiendo un dineral
cruzando de ilegal.

Ya se acabó aquel tiempo
en que decidían cómo nos mataban
y sin preguntarnos siquiera
por pura cortesía
si era nuestro deseo el de fenecer
como los mosquitos al amanecer
o morirnos de sed.

Ya nos mataron de tantas maneras
ya nos cansamos de ir al panteón
ya no sabemos si somos ciiviles
rehenes, vampiros o simples mortales.

Pero de tanto morirnos
al menos nos hemos ganado el derecho de decidir
cómo queremos morir.

Y eso es todo por hoy. Ya me voy a meter en mi ataúd hasta el martes que viene.

Llórenme con discreción.


DJ Vago

martes, 7 de abril de 2015

[118] Blá ma fuete, que no te cucho



2º movimiento (Allegretto) de la 7ª sinfonía (en La mayor, op. 92), Ludwig van Beethoven (1813)



A Gustavo Hugo Vargas, en su cumpleaños.


Hoy ya había amenazado con empezar la serie “Si se mata al cantor”, pero volveré a posponerla una semanita (soy magistral, para la demora) porque hoy, por fecha y ganas, era día para encarar Beethoven, el único de los SuperAmigos de la Música que aún no había aparecido por este blog (Mozart, posteo 23; Bach, posteo 84).

Hay una razón para esa ausencia (o presencia demorada, mejor dicho): Beethoven es complicado. Y no quería poner “Para Elisa”, sino una de las obras pulenta de este genial músico, que tiene muchas. Las sonatas y los conciertos para piano de Beethoven son espectaculares; los cuartetos de cuerdas (en especial los últimos) son fabulosos. Y las sinfonías son… qué sé yo, qué son. Me deja mudo, el sordo.



[De entrada, aquí va una digresión sobre la música clásica en general. El tema con la música clásica es que hay que aprender a escucharla. Hay montones de montones de personas que no escuchan música clásica porque la consideran aburrida. Nada más lejos de la verdad: en una obra como la que elegí para hoy (la séptima de Beethoven) pasan cosas. Todo el tiempo. En tres compases pasan más cosas que en toda la discografía de Romeo Santos y Katy Perry (juntos). 

El problema es que para poder darse cuenta de lo que está pasando ahí no alcanza con que te llegue el sonido a la oreja: vos tenés que poner algo de vos. Tenés que concentrarte, tenés que prestar atención a cosas que no existen en otro tipo de obras y que pasan desapercibidas si no estás con todas las pilas puestas. Tenés que dedicarle tiempo, y que ese tiempo que dedicás a escuchar, te dediques a escuchar. Si estás haciendo la comida o escribiendo Rebelión en la Granja o lo que sea, y ponés de fondo una sinfonía de Beethoven, es imposible darse cuenta de todo lo que está sucediendo allí. Lo que quiero decir, así tan torpemente, es que escuchar música clásica es algo extremadamente activo. No es automático. Tuviste que aprender a hacerlo (a mí me enseñaron; uno puede aprender solo, pero es mucho más difícil). 

Eso sí: lo que uno da, lo recibe con creces: uno cambia, como ser humano, al escuchar una sinfonía de Beethoven. Los que leen (no es mi caso) deben sentir algo parecido cuando leen una novela larga y espectacular. Al terminar, uno es una persona mejor (un poquito mejor, tampoco se agranden), y el mundo es un poco más ancho. Escuchar una sinfonía de Beethoven (o una ópera de Mozart, o una cantata de Bach) es un plan, más intenso que ver una película en el cine. Y escuchar todas las sinfonías de Beethoven es un proyecto de vida (por favor, no intenten en sus casas escucharlas a las nueve de un tirón, hay personas que murieron por eso).

Otra gente (o la misma de antes) tampoco escucha música clásica porque la considera elitista, finoli, high-class. Eso quieren los ricos que pensemos: que todo lo bueno es para ellos, no para nosotros. Los músicos son laburantes, y en esa época lo eran igual o más que ahora. Bach era empleado de una parroquia, y Mozart vivió contando el mango y con plata prestada toda su corta vida. Beethoven daba clases de música y cobraba por sus obras. Para los nobles europeos, esos músicos eran sirvientes, más prestigiosos que un valet, pero menos que un buen cocinero. Pero no importa: aunque los músicos hubieran sido ricos ellos mismos, sus obras son patrimonio de la humanidad, son de todos. Lo único “elitista” de la música clásica es que, como dije, se necesita cierto conocimiento para disfrutarla, cierta educación (educación musical, quiero decir). Un analfabeto puede decir que la literatura no es para él, pero está equivocado: debería ser para él también (al menos, debería él poder decidirlo). Es una lástima que no lo sea. Fin de la digresión.]

Listo entonces. Acá en el blog no les puedo enseñar a escuchar música clásica, apenas puedo dar un par de consejos, así que si no saben de antes, arréglense como puedan. Por lo dicho y lo no dicho, aunque voy a poner aquí toda la sinfonía, me voy a centrar especialmente en el segundo movimiento, el Allegretto. Si pueden disponer de cuarenta minutos para sentarse en un sillón, olvidarse del mundo y escuchar toda la sinfonía entera, háganlo. Van a terminar cansados, pero felices. Si no, con ocho minutitos (una ganga) pueden disfrutar del segundo movimiento, que es genial. Pero no minimicen la ventana del blog y jueguen al Candy Crash al mismo tiempo, les pido por favor. Es preferible que lo pospongan para otro momento (eso sí les puedo enseñar, posponer es lo mío).



[Otra mínima digresión sobre las sinfonías de Beethoven: hizo solo nueve (Mozart tenía más de cuarenta), pero porque cada una es una obra complejísima, intensa y significativa, con un carácter propio; una búsqueda musical-existencial de la san puta, para decirlo técnicamente. Cuando escuchamos alguna de esas obras (en especial la tercera, la quinta, la sexta, la séptima, la novena) estamos asistiendo a una obra cumbre de la humanidad, a algo que podría intentar justificarnos ante los aliens, cuando vengan a borrarnos del mapa universal con su rayo verde flúo. La séptima me encanta y es, de las sinfonías famosas, quizá la menos famosa, y por eso la elegí hoy.]

La séptima fue estrenada en Viena, a fines de 1813. Hacía cinco años que Beethoven (que tenía 43 años) no estrenaba una sinfonía. Para ese entonces, Napoleón había sido vencido definitivamente, y Beethoven ya estaba casi sordo, si no sordo del todo. Él dirigió la orquesta, en el estreno de su obra, pero contó con la ayuda del músico (y amigo) Ludwig Spohr, que marcaba los tiempos a los demás músicos, en especial en los pasajes más suavecitos (pianos). En un momento, en uno de esos pasajes pianos, Beethoven, que al no escuchar, calculaba a ojito los tiempos, se comió algunos compases, y marcó, abriendo los brazos y con fuerza, la entrada del forte… y la orquesta no le hizo caso, claro, porque faltaban tres compases de la parte piano. Tres compases después, comenzó la parte fuerte y el director pudo volver a oír y retomar su rol.



A nosotros nos parece totalmente increíble que alguien que no escuchaba nada pudiera componer obras musicales como las que compuso Beethoven. También sería increíble que las hubiera compuesto sin ser sordo: lo de la sordera es casi una canchereada. Como el karateca que te avisa que te va a fajar utilizando solamente el pulgar izquierdo, porque no necesita más. Ludwig Beethoven tenía, ya de antes, un carácter bastante podrido, e imagínense que la sordera no le mejoró el panorama. Fue un genio tirando a sufriente, y la vida no le fue sencilla. Sus contemporáneos reconocieron su talento, pero también lo criticaron larga y extendidamente: “Demasiadas ideas”, decían, por ejemplo, de esta séptima sinfonía. “Demasiadas ideas, todas descoordinadas”; “Beethoven compone enojado o loco” (esto lo dijo el papá de Clara Schumann), “¿Qué le pasa a este tipo? La mezcla de ideas conduce al oyente a un abismo de barbarie” (esto es maravilloso, y resulta, hoy, más elogio que otra cosa).

Así como criticaban a Beethoven por tener “demasiadas ideas”, habían criticado a Mozart por poner “demasiadas notas”, y a Bach también lo acusaron de componer demasiado complicado. Supongo que varios dirán lo mismo de mí: demasiadas palabras, demasiadas malaspalabras, demasiadas siestas. Es el triste destino de nosotros, los genios humildes.

Pero dijeran lo que dijeran los críticos, a la gente le encantó esta sinfonía. Nadie hacía sinfonías como Beethoven, y doscientos años pasaron y nadie se le arrimó tampoco. Los aplausos y los gritos de entusiasmo de los presentes sobrepasaron todo límite de decoro (consideren que estaban en el Palacio Imperial de Viena…) y empezaron de antes de que terminara la orquesta. Unos zanguangos, los quías. Hasta Beethoven los escuchaba, de tan fuerte que gritaban y vitoreaban. Y en especial, adoraron el segundo movimiento: la orquesta tuvo que volver a tocarlo ahí mismo, como bis. Y en las siguientes presentaciones, lo mismo. La melodía del allegretto (que se establece, con sus grupos de cinco notas y por el bajo armónico, después del primer acorde, y luego se repite obstinadamente a lo largo de los ocho minutos) fue silbada y tarareada por todos los habitantes de Viena desde el día siguiente y durante meses por todos lados, mientras caminaban, mientras tomaban el bondi o mientras se comían un pancho con salchichas de allá.

Beethoven mismo expresó que estaba contento con su obra (algo que, si lo sentía, no lo decía casi nunca).
Cuando escuchen (esto o cualquier obra clásica), intenten siempre concentrarse en las líneas melódicas más graves (los colores rojos de abajo, en el link “coloreado” que pongo (que por cierto, ayuda bastante a entender, si uno no está familiarizado con la obra). Porque los violines y las flautas los escuchamos aunque no queramos; pero si nos centramos en las líneas agudas, los graves se nos pierden, y dejamos de escuchar cosas importantes. También pueden intentar identificar cuál es cada instrumento que suena: ¿ese es un clarinete, o un oboe? ¿Eso es un violín, o un violonchelo? Sí, hay que prestar atención. Sí, es difícil. Vas bien.

7ª sinfonía, segundo movimiento, Allegretto:
https://www.youtube.com/watch?v=ffYKCNY6kUk



Se van a dar cuenta de que es solo música, pero a la vez, pasan cosas conceptuales ahí dentro. Hay climas que se construyen. Hay ideas. Hay sensaciones.

Muchos intentan traducir eso a ideas concretas extramusicales: dicen, por ejemplo, que la melodía de este movimiento es una especie de marcha fúnebre en honor de los soldados muertos en batalla contra Napoleón. Cada uno puede interpretar lo que quiera, pero lo cierto es que Beethoven jamás dijo nada que justificara esa interpretación, y en general, él estaba en contra de que se intentara explicar su música a partir de “objetivos” extramusicales. La música no quiere decir otra cosa (como sí sucede con la sonoridad de las palabras): es música. Pero bueno, cada uno puede interpretar lo que quiera. Yo no siento que la melodía sea fúnebre, para nada, pero a mucha gente le parece que sí, y no está mal pensarlo.

Si vienen de escuchar el primer movimiento (que es rápido y alegre y ultra-rítmico), el segundo movimiento parece muy lento; sin embargo, es bastante movido (podría hacerse, incluso, un poquitín más rápido que el que se escucha en el link). Y cuando terminan el allegretto, el tercer movimiento retoma a un ritmo bien rápido y juguetón, casi cómico (“este Luisito, ¡cómo mezcla ideas!”).

Bueno, basta por hoy, ya me cansé de hablar, ni yo mismo me escucho lo que digo.

Aquí va el segundo movimiento, con sus colores amigables, y abajo completo los links a las demás partes de la sinfonía, por si quieren emprenderla completa.

Y la semana que viene despospondré lo pospuesto, ponele.


7ª sinfonía, primer movimiento, Poco sostenuto - Vivace:



7ª sinfonía, tercer movimiento, Presto:


7ª sinfonía, cuarto movimiento, Allegro con brio:



Hasta que volvarnos a oírnos (Aufwiederhören),

DJ Vago